Un grupo de investigadores de la Universidad de Oviedo se ha unido a científicos del Instituto Español de Oceanografía y otras instituciones académicas para examinar el delicado equilibrio de la Antártida, a la vez que han descubierto que sus habitantes más icónicos, los pingüinos, pueden ser, paradójicamente, una vía de contaminación natural.
En un estudio recientemente publicado en la revista Geoderma, se ha documentado la presencia de diferentes contaminantes en las colonias de pingüinos de las islas Livingston y Decepción, situadas al noroeste de la península Antártica. Los hallazgos muestran un notable incremento de nutrientes y metales pesados, como el cobre y el zinc, así como compuestos perjudiciales como los hidrocarburos aromáticos policíclicos.
Los investigadores han llegado a la conclusión de que los pingüinos actúan como vectores de contaminación al trasladar elementos nocivos desde el océano hacia los ecosistemas de tierra en la región antártica. Han identificado que estos contaminantes provienen de varias fuentes: la actividad biológica de las aves, la influencia volcánica de la isla Decepción y, en menor medida, de la intervención humana, ya sea por investigaciones científicas o el turismo.
Según la información proporcionada en una nota de prensa, en ciertas áreas se han detectado concentraciones de metales que superan los estándares internacionales. Si bien los suelos parecen resistir estas concentraciones sin efectos inmediatos, la investigadora Begoña Pérez advierte que, si estos metales se filtran hacia ríos o aguas costeras, podrían impactar negativamente a organismos marinos, como el plancton, que es fundamental para la cadena alimentaria oceánica.
El análisis también ha señalado la presencia de hidrocarburos aromáticos policíclicos, compuestos comúnmente asociados a la contaminación generada por combustibles fósiles en otras partes del mundo. Sin embargo, en la Antártida, principalmente en Decepción, estos compuestos están más relacionados con la actividad volcánica, mientras que en Livingston se asocian a los excrementos de las aves.
Aunque las concentraciones de estos contaminantes no representan un riesgo inmediato, han plantea una reflexión sobre la percepción de la Antártida como un terreno intocado. Pérez señala que el cambio climático, al aumentar la lluvia y el deshielo del permafrost, podría reactivar estos metales y contaminantes, transportándolos a zonas acuáticas donde amenazan la vida marina y alteran la estructura de las redes tróficas polares.
El profesor X.L. Otero, destacado investigador en el campo de las ciencias ambientales, resalta la dualidad de los pingüinos: fundamentales para el equilibrio ecológico de la Antártida, pero potenciales generadores de contaminación en un ecosistema vulnerable.
Los investigadores del Departamento de Geografía de la Universidad de Oviedo, Cristina García Hernández y Jesús Ruiz Fernández, que llevaron a cabo el trabajo de campo, enfatizan la necesidad de entender la fragilidad de los ecosistemas antárticos frente al cambio climático y cómo el deshielo podría transportar contaminantes hacia las aguas costeras, afectando de manera directa a la cadena trófica marina.
El estudio se basa en la recolección de datos realizada durante una campaña en febrero y marzo de 2018 en el archipiélago de las Shetland del Sur. La logística para esta investigación fue facilitada por el proyecto Cronoantar, bajo la dirección del profesor Ruiz Fernández.
Este esfuerzo ha contado con el respaldo de diversas entidades, incluyendo el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades a través de su Programa de Investigación Polar, así como fondos de la Xunta de Galicia y la Generalitat de Cataluña.
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